Con un rock en el grito

bocha sokol

El 12 de enero se cumplieron 5 años de la muerte de Alejandro Sokol, uno de los estandartes rockeros de Hurlingham. A modo de homenaje transcribimos esta nota escrita por Marcelo Solís a pocos días del fallecimiento del Bocha y publicada en El Ciudadano en febrero del 2009, que repasa su historia, que es la historia de Sumo, de Las Pelotas, de El Vuelto SA, que es parte fundamental de la historia del rock argentino.

Por Marcelo Solis. La paciencia del hombre sin brillo es casi una patente de marca personal para quienes tratan de inmortalizar el instante de los actos cuasi primarios de su conducta; en un espacio más allá del tiempo, de los valores y los buenos aires ajenos.

Nace libre aquel que se siente libre. En icónica respuesta dentro de las órbitas castrenses existe un axioma de convivencia: «Autoridad que no abusa pierde prestigio». Trasladada al terreno de los mansos y melancólicos rockstars argentos: «Roquero que no se zarpa, se pierde lo mejor de ser roquero…»

Y Alejandro Sokol era un roquero con todas las letras, con las mayúsculas, asteriscos y jinetas que uno quiera darle por el simple hecho de haber sido un elegido. «Me defino como un viajador de la música, como un volador, como un libre. Aunque por momentos soy un pajarón» (dixit 2008)

Autoreferencia filosa del desgaste que gloriosos 25 años legaron sobre su cuerpo Sokol sabía que los caminos que había elegido transitar no habrían sido siempre non sanctos, pero era su vida y la vivía, o por lo menos peleaba por hacerlo.

Apenas iniciados los ‘80, en uno de los tantos rincones verdes de la revoltosa Córdoba -siempre en punta a la hora de las revoluciones- y luego de haber pateado casi todas las calles de su querida Hurlingham, el Bocha comenzaba a despuntar el vicio de hacer ruido y que los demás la gocen o casi todos la sientan.

Los roqueros son seres especiales por donde uno los mire: se buscan, se huelen y se amontonan. Y allá por finales del ’81, en la mansedumbre de las sierras cordobesas, un peladito italiano de nombre Luca y apellido Prodan, removía un manojo de verdes dólares con sus ganas: primero de criar vacas (difícil…), después con aquella idea loca que le rondaba de sus noches londinenses. La banda propia, «La Banda».

El Pelado dijo:

–Me voy. Busco plata y vengo.

Cumplió.

Era 1981 en Argentina y, ya pasados Jorge «la Pantera Rosa» Videla y Roberto «tengo una lata de conservas en la cabeza» Viola, los destinos de nuestra castigada tierra quedaron en manos de un personaje que sería tristemente recordado no sólo por los hectolitros de whisky malo que se tomaba sino por la peregrina idea de ir a combatir a los ingleses en un escenario insular. Un genio… Leopoldo Galtieri, a partir de allí responsable y dueño de la vida ajena, capataz sobre el riesgo de llamarse argentino.

En esa media vuelta que pegaba el país, Sumo inicia su historia cordobesa montado en la legendaria primera formación: con Luca en la voz, Germán Daffunchio en guitarra, Stephanie Nuttal (amiguita inglesa que Luca trajo a Córdoba en uno de sus viajes a Europa) como baterista, y el Bocha intentando recrear el soporte sónico del grupo a través de su bajo. Y el primer concierto «oficial» no podía ser en otro sitio: la casa materna en territorio hurlinguense de quien a la postre sería representante de la banda, Timmy MacKern.

«Instalado Luca, nuevamente, en Córdoba; a través de Germán Daffunchio se integró al grupo a Alejandro Sokol; así, zapando de noche entre las sierras, con Luca oficiando de maestro para un Daffunchio que a gatas sabía agarrar la guitarra; explicándole a Sokol cómo sacarle un sonido decente al bajo, armando los primeros temas del grupo entre eternas damajuanas de vino que luego serían no menos eternas ginebras, iba preparando ’80 (El grito del final, Marcos Millet, 1994).

Las primeras presentaciones, apenas con algunos testigos «privilegiados», y la trágica decisión de Pepe Botellas sobre Malvinas provocan el primer quiebre en Sumo. Stephanie, motivada por los ruegos de su madre, volvió a su país y Sokol pasó a darle a los parches permitiendo el ingreso en el bajo de otro hijo pródigo de Hurlingham: Diego Arnedo.

La banda evolucionó en su impronta y permitió desarrollar un sonido hasta allí nuevo para los acostumbrados roqueros nacionales. Con los constantes ingresos de nuevos integrantes, Sumo comenzó a desandar su propia tendencia: Ricardo Mollo (viola), Roberto Petinatto (saxo) y Superman Troglio ( bateria).

«Sumo era un infierno». Lacónica y tajante definición primaria de lo que sería una de las agrupaciones insignes del golpeado rock nacional. Un monstruo musical que se alimentaba de las ganas de sus integrantes por formar parte de algo importante, de saber crecer sobre la marcha.

El monstruo llamado Sumo tenía, como toda familia que se precie, sus secretos e internas que son la sal misma de la historia. Y el reviente formaba parte de la disciplina diaria de la banda y, a pesar de que no todos tuvieron la lucidez de advertir la grieta permanente de la maquinaria serrana, Sokol tuvo esa lucidez necesaria para advertir que el camino que se venía iba a ser bravo para todos. Advirtió sobre porvenires inmediatos a los que tenía al lado y decidió dar un paso al costado.

«Nos dábamos con todo; si no me iba, me moría. Pasé por una situación difícil en un show, un susto que fue determinante. Pero quedó todo bien. Me acuerdo que una de las últimas veces que lo vi a Luca, me puso la mano en el hombro y me dijo: ‘Alejandro, vos sos un Sumo’».

Tras el paso al costado del Bocha, Sumo siguió con su vorágine y el final de su tiempo tuvo fecha de caducidad. El 22 de diciembre del 87 en una madrugada gris de Buenos Aires, Luca Prodan dejaba en claro que lo suyo era vivir la vida entre el ruido y descansar para siempre desde el silencio, así como vino… solo. Pero esta vuelta miles de amigos que no lo conocían, lo despedían en lágrimas y aún hoy lo llevan presente.

El Bocha descubriría, con la ayuda de quienes siempre lo quisieron, que más allá de la banda había una vida, y que ésta era bastante menos agitada. Él, sin embargo, se las ingenió para darle explosión a sus días.

Tras la muerte de Luca, El Bocha y Germán Daffunchio, el binomio que formara parte del origen de Sumo, dio vida a Las Pelotas.

La pluralidad de sonidos de Sumo se proyectó sobre los desprendimientos generados por sus ex integrantes: Las Pelotas (Bocha y Germán), Divididos (Mollo y Arnedo) y Pachuco Cadáver (Petinatto).

Eran los inicios de los ‘90, tiempos del feudo de Carlos I de Anillaco. Una pseudo cultura solventada en el desprejuicio -fomentada y optimizada desde el gobierno de turno- gana espacio en el campo popular y los espacios para los que buscaban comulgar desde lo distinto se convirtieron en islas, hubo que bucear mucho entonces para encontrar algo distinto. Las Pelotas era una de esas islas.

La primera formación conocida: Bocha y Daffunchio (voces y violas), Superman Troglio –otro ex Sumo, reclutado– (batería) y Willy Robles (bajo).

Esta agrupación debutaría en Halley, recordada disco/rockería del barrio porteño de Villa Crespo, ante unas 100 personas. Ya, en la isla, no estaban tan solos…

Pasaban sus días como íconos serranos, que cada tanto bajaban al llano para explotar en rock sobre el escenario, con fieles que se multiplicaban del boca a boca. Con los que querían ver un rato que hacían estos locos y se quedaban para siempre. Era usual verlo al Bocha por las calles de Hurlingham, sobre todo al mediodía, cuando almorzaba con un grupo de amigos en el bar de Miguelito (Jauretche a metros de Roca), santuario ad hoc de Las Pelotas.

Durante el tiempo transcurrido hasta hoy, la banda vio modificada su formación y la última conformada por Sokol sería la que llevaría a las Pelotas a los primeros lugares en el paraíso rock. Sokol y Daffunchio en guitarra y voz, Gabriela Martínez en bajo, Gustavo Jove en batería, Sebastián Schachtel en teclados y Tomás Sussmann en guitarra integraban la formación hasta el final del camino del Bocha.

Pubs, discos, microestadios, macroestudios cerrados, Obras, Luna Park, estadios, festivales varios, incluso zapadas nocturnas en lo de Miguelito…

Presentaciones apoteóticas: el primer Obras, Montevideo, el Pepsi Rock en Ferro, la juntada de los ex, y el saberse los más grandes del Cosquín… han cumplido con lo que seguramente fuera un sueño loco de dos tipos pretenciosos, lindo el sueño pero que sonaba a imposible: fueron el único grupo que actuó como teloneros de sus majestades satánicas The Rolling Stones, la banda más grande del mundo, en las tres llegadas de la monstruosa formación a Buenos Aires. La única que tocó las tres veces, un lujo que se guardaron para sí; siendo la última de estas presentaciones la más recordada: con el Bocha como genio y figura, saltando entre los charcos y desafiando al clima nefasto de esa tarde monumental como si fuese un niño encerrado en el cuerpo de un hombre. Y quizá, así era.

«Corderos en la noche» (1991), «Máscaras de sal» (1994), «Amor seco» (1995), «La clave del éxito» (1997), «¿Para qué?» (1998), «Todo por un polvo» (1999), «Esperando el milagro» (2003), «Show» (2005) y «Basta» (2007); son el testimonio vivo de una etapa grandiosa del rock nacional. Álbumes considerados de culto en algunos casos, pero que todos debieran considerarse como referenciales.

El tiempo, los años propios y ajenos, muestra algunas marcas desgarradoras sólo compensadas o en su defecto disimuladas, por el accionar híper profesional adquirido por Las Pelotas, a partir de su madurez. Pero lo profesional no quita lo caliente.

En la convivencia la cosa no se mostraba tan afiatada como en el escenario. Algunos cambios en la perspectiva sobre la banda y sobre la vida de algunos integrantes ya entrados en años, el crecimiento sostenido y acusaciones de falta de compromiso fueron llenando el vaso que si bien brindó un último sorbo en el Quilmes Rock 08, un año antes había sacudido la disciplina interior con un coletazo artero: palo para el Bocha.

Sokol manejaba un VW Gol en la ciudad de Buenos Aires, barrio Parque Chacabuco, cuando al arribar al cruce de las calles Emilio Mitre y Avelino Díaz embistió a un taxi y este, a su vez, pegó contra un tercer auto. Del violento incidente el de peores consecuencias posteriores fue el mismo Bocha que terminó hospitalizado a raíz de una grave fractura del fémur de su pierna derecha. Este episodio lo mantendría alejado un tiempo de los escenarios. Las culpas y reproches volaron hacia Buenos Aires vía Córdoba. Reprogramaciones varias y a salir al ruedo de nuevo. Para Las Pelotas el enfrentar al público sin su cantante ocasionaba un riesgo a esas alturas innecesario. Para Sokol, parecía el principio del fin de su estadía en la banda.

No hizo falta demasiado prólogo. Luego de su recuperación, Sokol haría madurar una idea que le venía rondando hacía rato. La distancia física y emocional que comenzaba a sentir con Daffunchio, el saber íntimamente que muchas de sus fallas nacían de sus acciones –siempre Alejandro se hizo cargo de sus errores– y el placer que le generaba un proyecto musical en paralelo –que además compartía con su hijo– se licuaron en un cóctel imposible de digerir. Era la continuidad del efecto o el final de una etapa para recomponer un sueño: eligió lo segundo.

Una vez conocida la decisión, Daffunchio se mostró no sorprendido, pero sí de acuerdo con el no retorno. Algo estaba quebrado en el seno de Las Pelotas: «Los caminos se bifurcaron, Alejandro no pudo seguir nuestro ritmo. En los últimos tiempos, él estuvo volcado a su proyecto solista, a su grupo. Se va de común acuerdo, él quería probarse solo, esta situación no es nueva. Siempre hemos tenido crisis con Alejandro. Él tiene muchos problemas personales y siempre hemos tratado de empujarlo, pero ahora… Es casi como un matrimonio, hay momentos en que las expectativas cambian. Esa sería la razón, básicamente… Está buscando otra cosa, que no coincide con lo que nosotros buscamos» (La Voz del Interior, mayo de 2008)

Para explicar su paso al costado, Sokol declaraba: «Para mí no fue nada difícil ni tengo demasiados huevos por haberme ido de Las Pelotas. No me costó nada y estoy muy feliz por haber tomado la decisión de cortarla». Así de claro, y con el tono lánguido de aquel que se sacó una mochila pesada de sus espaldas…

Los últimos tiempos lo vieron al Bocha en un estadío más puro, «más natural», que en su anterior etapa profesional. Volviendo a las fuentes. Tocando aquello que él consideraba la matriz del rock. Era dueño de un paladar que le permitía moverse entre Pink Floyd, Led Zeppellin o David Bowie. Sobre este último declaró su idolatría por considerarlo un «volador de la música». Y en esa definición también podríamos encuadrar al Bocha. El fanático en sus primeros años de The Beatles, reconoció que uno de sus primeros impactos musicales había sido presenciar un recital de Raíces y la explosión musical de Charly García hasta «Clips Modernos». Un amante del placer de hacer música con impronta personal y sin demasiados cánones: «Yo no quiero tener el control, quiero que haya un descontrol en el buen sentido y que todos nos dejemos llevar por lo que nos pinta».

Acerca del «volver a vivir» con su último proyecto, El Vuelto SA, tenemos que tener en claro que esta es una formación de tipos que aman zapar, el rockear lo justo, lo necesario, lo vital. De aquellos que proponen sobre lo que es parte ya del inconciente colectivo y que en reversiones con sello propio recrean y festejan.

«El sonido es crudo, es especial, porque no hay cosas que lo ablanden. No quiero meter teclados, no quiero meter cañas, no quiero meter cosas que lo ablanden, me gusta que sea así, crudo».

Ismael Sokol (su hijo), Nicolás Angiolini y Gustavo Bustos (guitarras), Sebastián Villegas (bajo) y Damián Bustos (batería), fueron los elegidos a la hora de los últimos acordes para compartir escenario con El Bocha en su grito de rabia.

Atrás quedará el último concierto en la cancha de Morón y la idea de ingresar este febrero a estudios para registrar las canciones que tenían «en parrilla» para sacarles el jugo, y compartir con su gente el método rock versión El Vuelto S.A.

En el recuerdo de todos permanece el 12 de enero de 2009: un lunes, apenas empezado el año, se fue. Partió allá, en la Córdoba que lo adoptó como hijo pródigo y que él se encargó de disfrutar como su lugar en el mundo. Su corazón de artista dijo basta, en sus jóvenes 48 años, y hacia allá partieron los rezos y la memoria que brotaron desde los distintos rincones de un país, las sierras, las calles de Hurlingham y el bar de Miguelito, donde ya comenzaron a extrañarlo.

Y, seguro, su amigo pelado lo recibió allá arriba con los brazos abiertos. En el cielo hay batucada, nos estamos perdiendo algo hermoso…

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