José Adolfo Gaillardou, a 10 años de su fallecimiento: El hombre que vivió en estado de poesía

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José Adolfo Gaillardou, (El indio Apachaca) nació en La Pampa el 29 de marzo de 1920 y falleció en Hurlingham el 3 de julio de 2007. En esta ciudad fue declarado Ciudadano Ilustre en el año 2000. Poeta, escritor, actor y periodista, presidió el Centro Periodistas de Hurlingham y el Instituto Sanmartiniano. Formó parte de la redacción de El Ciudadano de Hurlingham. Su último libro, «Grandes Olvidados en las calles de Hurlingham», son la suma de artículos sobre la nomenclatura de la ciudad, publicados en nuestro periódico.

Por GUSTAVO H. MAYARES.

Como la mayoría de los hombres y mujeres que hicieron con sus brazos, intelectos y sentimientos la historia hurlinguense, el Indio no nació por estos pagos, ni siquiera cerca. Nacido en 1920 en Debary, entonces un pequeño pueblo bonaerense, con la fenomal sequía del ’28 (de la que mucho más tarde dio cuenta en la premiada novela Pampa de Furias y en decena de poemas), su familia debió emigrar a La Pampa, primero a Conhelo y más tarde a Timote, lugar donde vivió su niñez y adolescencia.

Pampeano radicado y aquerenciado -como mucho tiempo después haría en este lugar del oeste del conurbano- ya desde los nueve o diez años componía y recitaba los primeros versos mientras aprendía el oficio de su padre, un vasco francés cuya herrería se hizo rápidamente conocida y respectada en toda la región. Sus primeros versos serios, si embargo, los dedicó a sus abuelos maternos, italianos ellos. Hoy, Pietro -aquel poema- «es tan popular en La Pampa que los chicos lo aprenden en las escuelas», me dijo el Indio alguna vez.

El campo, ese paisaje a veces subyugante y otras opresivo: las tareas rurales que afrontaba cotidianamente y la relación que cultivó desde pequeño con los chacareros y peones de la zona, lo inclinaron naturalmente por la poesía gauchesca. Aunque en un primer momento, de un modo más culto; ahí está para certificarlo Médanos y estrellas, su primer volumen de poemas realizados «con el mejor material que sirve a un poeta: los golpes que se reciben la infancia», me contó durante una entrevista del ’96. Luego llegaría su libro «más hermético», decía él: Lados de adentro, en el cual exploró su interior emocional, sus sentimientos más íntimos.

El Martín Fierro, que se sabía casi de memoria, su admirado Boris Elkin, Romildo Risso, Hilario Cuadro, eran algunos de los poetas gauchescos que el Indio reconocía como influencias; pero también Pablo Neruda, Federico García Lorca y : César Vallejo, como Walt Whitman, entre otros, formaban parte del bajaje que luego volcaría en libros memorables El inventor del pan, Pampa y Pan y Estrella del vino.  Un tiempo que lo tenía viviendo «en estado de poesía», como le gustaba calificar su vivir.

Mientras tanto, José Adolfo Gaillardou inicia su recorrido como recitador, con la caracterización de aquel aborigen coya que no tenía nada, sólo los versos que repetía con ese vozarrón melódico que lo acompañó hasta los últimos días. Así el personaje que lo caracterizó: el Indio Apachaca (sin tierra), con el que luego se fundiría para siempre. ¿A cuál de ellos quiere más -le pregunté hace unos años- : a Gaillardou o al Indio Apachaca, al poeta o al recitador? «A los dos los quiero mucho, al poeta y al repetidor. Es como si me preguntaran qué libro quiero más…»

Y así, caracterizado de indio sin tierra para recitar poemas y textos propios y ajenos, recorrió el país, buena parte de Latinoamérica y países de Europa, comenzando por pueblitos de provincia y llegando hasta los principales teatros de Buenos Aires, donde compartió cartel con los principales artistas de la época.

Ya en 1978 y con su famoso programa Grandes Olvidados en el aire de Canal 9 , el Indio, se mudó a Hurlingham (primero a Albéniz y Bizet, donde perdió una parte de su amada biblioteca durante la inundación del ’85) para escapar de la polución, el ruido y la vorágine, que la capital quería imponerle. Aquí halló «tranquilidad y la felicidad de encontrarme con una buena vecindad», me explicó un día.

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Aquí fundó y presidió el Instituto Cultural Sanmartiniano y llegó a ser presidente del Centro de Periodista de Hurlingham, así como a integrar diversas instituciones y organismos cuya principal fin fue la difusión de la cultura o el beneficio de la comunidad. Rápidamente, entonces, se integró a una sociedad que lo tomó como vecino dilecto y donde escribió los siguientes libros Y serás la patria, bajo el influjo de la conquista del Desierto; Chaucha’e caldén; una novela menor (a pedido) con la que demostró su oficio de escritor, El camionero, De postas y fortines, etc.

Ya por ese entonces había quedado atrás el día en que lo conocí, allá por el ’80 y pico, gracias a la intermediación de un amigo en común, Alfredo Sayús. En esa poca yo había comenzado a apreciar lo que el Indio amaba: la poesía gauchesca el recitado, esa combinación que me emocionaba casi hasta las lágrimas cuando, con cualquier pretexto, el Indio se lanzaba a rugir palabras y rimas como lo haría el viento.

Fue- al menos durante el período que tuve el placer de compartir con él charlas, poemas, anécdotas y vinos -un excelente tipo y un extraordinario poeta. La mayoría de sus libros lo demuestran sobradamente: incluso los que durante el último período de su vida llegó a renegar. Como Buenos Días, libertad, publicado en 1955, con algunas loas al golpe de Estado de ese año. Ese pequeño volumen, meramente panfletario, ya no aparecía en sus últimas bibliografías, lo que hace suponer que llegó a reconocer los errores del pasado, aún cuando había sufrido de encarcelamientos durante las primeras presidenciales de Perón debido a su militancia en el socialismo.

La última vez que lo vi andar por Jauretche, medio enclenque pero contento con sus proyectos cinematográficos (había actuado en La suerte está echada y tenía nuevos proyectos) nos prometimos charlas y quizá un vino. El Indio sonrió, cómplice y tras un abrazo siguió su camino. Hoy vuelvo a cruzármelo y a oírlo con idéntico placer.

 

2 Comentarios

  1. Un Señor,con mayúscula!
    He tenido la oportunidad de conocerlo y compartir cosas de Hurlingham,lo mismo que con Alfredo Sayus; muy bien en recordar a personas que hicieron grande a Hurlingham.
    Mis saludos a su flia.
    José María González
    Barcelona

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