Por Rody Rodríguez
Una sensación de alivio, alegría, entusiasmo y emoción se concentraban ese soleado 30 de octubre de 1983. Era el principio y era el final. Se iniciaba una etapa en la que la palabra Democracia adquiría un valor inconmensurable y terminaba el más trágico y horroroso episodio de la historia argentina.
Para aquellos veinteañeros que votábamos por primera vez era la concreción de un sueño. Habíamos transcurrido toda la adolescencia bajo el régimen militar. El miedo y el silencio fueron dueños de todos esos años. El 19 de marzo de 1982, en una movilización en Paraná, convocada por la Multipartidaria se escuchó por primera vez el grito de «se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar». Ese cántico fue poesía.
Se repitió con más fuerza el 30 de marzo de 1982 en la movilización convocada a Plaza de Mayo, por la CGT bajo la consigna «luche y se van», y «paz, pan y trabajo». Ese día parecía ser el final de la Dictadura.
Pero llegó el 2 de abril y muchos jóvenes de esa generación quedaron atrapados en esa guerra que fue el manotazo de ahogado de un régimen que se caía. Algunos políticos se dejaron seducir por los cantos patrioteros.
El 7 de abril de 1982 decenas de dirigentes asistieron junto a Jorge Rafael Videla a la asunción de Mario Benjamín Menéndez como gobernador de las Malvinas, allí estaban Carlos Menem, DeolindoFelipe Bittel, Luis León, Carlos Auyero, Jorge Abelardo Ramos, Saúl Ubaldini, Jorge Triaca, entre otros.
Fueron muy, pero muy pocos, los que en medio de la algarabía triunfalista mostraron sensatez y criticaron la bravuconada militar que terminó con la vida de 649 soldados. Uno de ellos fue Raúl Alfonsín que de a poco fue acaparando la atención de la sociedad, sobre todo de los más jóvenes.
El 16 de julio de 1982 Alfonsín protagonizó un acto en la Federación de Box. Ese mismo día, se levantó el estado de sitio por presión de los dirigentes radicales.
Meses después, A principios de diciembre, Alfonsín lanzó su candidatura a presidente colmando el Luna Park. Ese día aparecieron bombos, muchos pibes y el dirigente de Chascomús terminó el acto saludando con sus manos entrecruzados hacia un costado, un saludo que luego quedó como sello imborrable de su campaña.
El 16 de diciembre de 1982 los jóvenes radicales sorprendieron por la multitud que sumaron a la Marcha del Pueblo por la Democracia y la Reconstrucción Nacional, convocada por la Multipartidaria. También fueron militantes del PI, de la Democracia Cristiana, del MID y del PJ.
Ya en 1983, radicales y peronistas concentraban la atención de la gran mayoría de los argentinos. El entusiasmo ganaba las calles y se percibía un interés superior por la política. En las esquinas de la Capital, grupos de 20 o 30 personas defendían sus posturas a viva voz. No eran discusiones tensas, eran debates llenos de pasión y de esperanza. Cada vez más revistas, más información, más artistas en las calles, permitían avizorar la Argentina que se venía.
El 2 de julio de 1983 el MOJUPO (Movimiento de Juventudes Políticas) organizó la marcha «Paz y Democracia» para solucionar el diferendo limítrofe con Chile por el canal de Beagle, en una demostración fenomenal de compromiso por parte de los sectores juveniles.
A solo un mes de las elecciones, el 30 de setiembre de 1983, Alfonsín hizo su acto en Ferro. Ese mismo día la CGT declaró un paro de transportes. El gobierno no intentó frenar el conflicto. Parecía ser solo una muestra del pacto militar-sindical que había denunciado el candidato radical. El acuerdo tenía el claro propósito de perjudicar el acto. Sin embargo el estadio de Ferro se llenó. Sin subtes, sin colectivos, sin trenes. Pocos días después un entonces ignoto Julio Aurelio hizo una encuesta, que presentó frente a Antonio Cafiero y le anticipó que el peronismo perdería por varios puntos.
Esa ventaja que parecía impensada meses atrás tenía la sola explicación de la figura de Raúl Alfonsín y el contraste con la imagen del candidato peronista Italo Argentino Luder. La capacidad de orador del radical, la claridad de sus propuestas y la calidad de la campaña electoral fueron determinantes. Bien decía Leopoldo Moreau que así como Perón descubrió el significado y el valor de la radio, Alfonsín percibió el de la televisión. Era la primera vez que los actos se televisaban.
Años después, Julio Bárbaro dijo en una entrevista que Luder «Era muy parecido a De la Rúa, en el sentido de que para él la forma era más importante que el contenido. Un hombre que ponía mucha distancia con la gente». Bárbaro cuenta que Norberto Imbelloni, en una larga charla le dijo «nos dimos cuenta de que Alfonsín era más peronista que Luder»:
Había certezas que perdieron peso en esas elecciones de 1983. Por ejemplo, la convicción de que si todo el pueblo podía votar, el peronismo era invencible. Había también otras situaciones contradictorias. Por ejemplo la forma en que peronistas y radicales transcurrieron los tiempos de dictadura.
En el radicalismo fueron pocas las víctimas de la represión estatal. Los asesinatos de Sergio Karakachof y Mario Amaya aparecen como escasos símbolos, al que se puede sumar la detención y la tortura sufrida por Hipólito Solari Yrigoyen. No mucho más. Si en cambio hay muchísimos dirigentes del radicalismo que colaboraron durante la dictadura.
En contraposición hay infinidad de dirigentes del peronismo que desaparecieron, fueron asesinados, torturados, confinados, estuvieron presos o sufrieron exilio.
Curiosamente cuando la dictadura llegó a su fin, los papeles se invirtieron. Es el radicalismo el que se enfrenta al gobierno militar y es el peronismo el que no oculta su convivencia.
Así por ejemplo, mientras Alfonsín anunció que derogaría la ley de pacificación nacional (la autoamnistía) decretada por la dictadura. Para Luder, «desde el punto de vista jurídico, sus efectos serán irreversibles» por lo que no podría ser anulada. El contraste fue muy fuerte. Alfonsín era miembro fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, fue el único candidato que planteó juzgar a la Junta Militar. Sobre esto el peronismo decía poco y nada, y su candidato Luder era el que hacía 8 años atrás, siendo presidente provisional, había firmado el decreto de aniquilamiento de la subversión, permitiendo la intervención militar y la violación a los derechos humanos.
Fue natural que los jóvenes se volcaran hacia el candidato que mostraba modernidad y discurso progresista, pero además, tras 7 años de muertes, de violencia, con una guerra como sangriento epílogo del Proceso militar, fue más atractivo el slogan «somos la vida» al «somos la rabia» que el peronismo debía explicar.
Los cierres de campañas de la UCR el 26 de octubre, y del peronismo dos días después con un millón de personas cada acto sobre la Av. 9 de Julio, fueron movilizaciones emocionantes que probablemente nunca se repitan en la historia argentina.
Llegó el 30 de octubre y el electorado se polarizó de un modo extraordinario. Como se preveía ganó Alfonsín. La UCR sacó el 51,75 % de los votos y el PJ el 40,16. El tercero fue el PI de Oscar Alende con el 2.33%.
La Democracia había llegado. Nacía el desafío de lograr que se quede para los tiempos, y para eso comenzaba a correr la consigna de que «siempre la peor de las Democracias es mejor que la mejor de las dictaduras», aunque resulta inadmisible que una dictadura pueda recibir el calificativo de «mejor». 30 años después, con blancos y negros y muchos grises, ya no hay esos miedos, no hay silencios hay Democracia y para siempre.