El cowboy, el millonario, el virrey, la marquesa y el príncipe

Por Jorge Pagés

Quién sabe qué habrá pasado por la cabeza de Joseph cuando trajeron ante su presencia a aquel hombre semicalvo de bigote poblado y rostro circunspecto, que había sido uno de los bandoleros más famosos del país, requerido por la justicia de varios Estados. Entre ellos el de Missouri, que había llegado a ofrecer una recompensa de 10.000 dólares por su captura y la de su hermano Jesse, vivos o muertos. Frank lucía avejentado, aunque tenía un año menos que él. Habían combatido en bandos diferentes durante la guerra de Secesión, luego sus vidas habían tomado rumbos igualmente distintos. Ahora le tocaba tenerlo bajo su custodia, nunca lo hubiera imaginado.

El cowboy

Joseph Monroe Hinds nació en Illinois el 6 de enero de 1842 y su padre era uno de los ganaderos más importantes del condado de Fayette. Su infancia y adolescencia fue transcurriendo entre el pastoreo de los animales, los trabajos en la granja y la asistencia a escuelas rurales. A los 18 años se interesó por el Derecho, pero con el inicio de la Guerra de Secesión abandonó los estudios y se alistó como voluntario en el Octavo Regimiento de Infantería de Illinois, que aportaba tropas al ejército de la Unión, en el que llegó al grado de Sargento. En 1864, tras la captura de Vicksburg -una fortaleza ubicada en terreno escarpado que permitía a los Confederados ejercer el control del río Mississipi- fue ascendido a teniente segundo y transferido al Primer Regimiento de Caballería Federal de Alabama, donde revistaba también su hermano Jerome. Ambos acompañaron al General Sherman en su «Marcha hacia el mar», destinada a aplastar a como sea los últimos bastiones de resistencia del Sur. La ofensiva brutal de Sherman, que incluyó acciones sobre la población civil en un intento de desmoralizar a los partidarios de los secesionistas, culminó el 26 de abril de 1865 con la rendición del General Confederado Joseph E. Johnston que puso fin a la guerra. Luego de esta acción, el Regimiento de Caballería se dirigió hacia Huntsville, Alabama, donde Joseph fue licenciado.

El cónsul

Cerca de Huntsville, sobre la ribera del río Tenessee, se encontraba el poblado de Decatur que había sido arrasado por la guerra, a Joseph le pareció sin embargo que era un lugar que ofrecía buenas perspectivas y se asoció con su hermano Jerome para probar suerte en los negocios. Compraron la casa Rhea-Burleson -una de las pocas que habían quedado en pie después de la guerra- para establecer sus oficinas y al poco tiempo, tras conseguir unos contratos del Correo, pusieron en funcionamiento una línea de barcos de vapor sobre el Río Tenessee y varias de diligencias, que recorrían el país cubriendo distintos trayectos.

No obstante siete años más tarde, tal vez porque las cosas ya no marcharan tan bien como en los comienzos, dejó de dedicarse a sus empresas para aceptar un cargo diplomático en la lejana Sudamérica y se convirtió en Cónsul General de Estados Unidos en el Brasil.

Allí conoció a una argentina, Lucía Annita Trillia, hija de un matrimonio anglo-italiano de Lomas de Zamora, con la cual contrajo matrimonio. Al finalizar su cargo como diplomático, regresó a los Estados Unidos acompañado por su esposa y se radicó nuevamente en Decatur, donde nacieron los cuatro hijos de la pareja: Grace Elvina; Joseph Albert; Anita Elisa y Trillia, quien curiosamente llevó como nombre el apellido de su madre. Los dos primeros se irán de a poco abriendo paso en el entramado de esta historia, que por capricho del destino o simplemente por una sumatoria de circunstancias azarosas habría de culminar en Hurlingham.

El Marshall

Corría el año 1882 cuando Joseph Monroe Hinds fue nombrado Marshall de los Estados Unidos para el Distrito Norte de Alabama y se trasladó a Huntsville. Fue allí, mientras estaba en funciones, que tuvo a su cargo la custodia de los célebres pistoleros Frank James y Dick Liddil.

Tras el asesinato de su hermano Jessie, Frank se había entregado a la justicia y había sido trasladado a Huntsville para ser juzgado por un robo ocurrido en 1881 en esa jurisdicción. Liddil, miembro de la banda de los hermanos James, también se había entregado y estaba allí porque le habían prometido el indulto si testificaba en contra de Frank.

Pese al testimonio de Liddil, Frank James fue declarado inocente de esos y otros cargos y el resto de su vida lo pasó en libertad.

Luego de vivir diez años en Huntsville, Hinds entregó la placa y regresó a su granja en Decatur donde permaneció hasta 1899. Marcharía más tarde a Filipinas para desempeñarse como superintendente del correo de los Estados Unidos, aunque su familia no lo acompañaría en este viaje y es posible que Annita ya hubiera regresado por entonces con sus hijos, a su casa paterna de Lomas de Zamora. Al menos todos los registros de la época ubican a la familia viviendo en Buenos Aires en el inicio del nuevo siglo.

La «herencia»

Poco antes de su muerte, Monroe Hinds escribió a su esposa para informarle que antes de partir hacia Filipinas había depositado una caja de seguridad en las bóvedas del First National Bank de Decatur, que contenía documentos valiosos y un testamento. La caja fue localizada recién en febrero de 1902, pocos meses antes de que su primogénita Grace se casara en Buenos Aires con un millonario argentino. En su interior había cartas, recortes de periódicos y el testamento, en el cual mencionaba una póliza de seguro contratada a favor de Annita para que pudiera completar la educación de sus dos hijos varones, Joseph Albert y Trillia. También legaba una parte del dinero del seguro a sus dos hijas, Grace Elvina y Anita Elisa, y a su sobrina Elena. Solicitaba además en el documento -tal vez ante el hipotético regreso de Annita a Buenos Aires con sus hijos- que los dos varones completaran su educación en una universidad estadounidense y que no prestaran lealtad a ningún otro país que no fuera los Estados Unidos de Norteamérica.

Lo insólito del asunto fue que Hinds no poseía póliza alguna de seguro, o al menos no estaba dentro de la caja y nunca se la encontró. Falleció en Filipinas sin dejar a los suyos bienes de gran valor, el 18 de octubre de 1901.

El virrey

Para la época en que Hinds murió, George Curzon, Barón Kedleston de Irlanda, estaba en pleno ejercicio de su mandato como Virrey y Gobernador General de la India, el enclave colonial al que se conocía como «la joya de la Corona» y de cuyo saqueo se nutrían las arcas del Imperio. Los funcionarios británicos llevaban allí una vida ostentosa, rodeados de lujos y sirvientes, y Curzon no era la excepción. Le gustaba participar en cacerías de tigres de Bengala y solía hacer paseos a lomo de elefante, acompañado en la litera por su primera esposa, Mary Victoria Leiter, hija de un millonario estadounidense de ascendencia suiza. Ignoraba por completo todavía los misteriosos hilos que lo conectarían en el tiempo con el ex marshall de Alabama

El millonario

Poco después de la muerte de Joseph Monroe Hinds su primogénita Grace Elvina se casó en Buenos Aires con Alfred Hubert Duggan, argentino de ascendencia irlandesa. Su padre, Thomas Duggan, que había amasado una cuantiosa fortuna, era cuñado y socio de Edward Casey, uno de los integrantes de la primera comisión directiva del Hurlingham Club.

El matrimonio tuvo tres hijos, el mayor de los cuales, nacido en Lomas de Zamora, sería el novelista histórico más vendido en Gran Bretaña en la década de 1950.

En 1905 Duggan partió hacia Inglaterra para ocupar un cargo en la Legación diplomática argentina en Londres, adonde más tarde se afincaría también su familia. La vida de Alfred Hubert Duggan fue corta, su condición de alcohólico terminó por resentir su salud y falleció el 5 de noviembre de 1915, con apenas 40 años, legando a Grace Elvina una fortuna que algunos estiman en 18 y otros en 25 millones de dólares.

La Marquesa

Fue entonces cuando entró en escena el ex Virrey de la India, Lord Curzon -afecto al parecer a los matrimonios con norteamericanas acaudaladas-, que comenzó a frecuentar con asiduidad a Grace Elvina. Es probable que ella y el ahora Marqués de Kedleston, que también había enviudado años atrás, se conocieran ya del ambiente diplomático que uno y otra frecuentaban.

Habían pasado solo trece meses desde la muerte de Duggan -un duelo exiguo para las normas de la Inglaterra victoriana- cuando Grace Elvina contrajo matrimonio con Lord Curzon, y por obra y gracia de su casamiento con un miembro de la nobleza se convirtió, de la noche a la mañana, en la Marquesa Curzon de Kedleston. Con motivo de su boda, Lord Curzon compró el Castillo de Bodiam en East Sussex, un edificio del siglo XIV que había sido destruido durante la Guerra Civil Inglesa que se encargó de restaurar a fondo, se ignora si con fondos propios o con los de la Marquesa.

El matrimonio sin embargo no fue lo que se dice feliz, Curzon estaba obsesionado con tener un hijo varón y a pesar de haberse sometido a dolorosas operaciones de fertilidad Grace nunca pudo engendrar un heredero. La pareja se deterioró y finalmente, a petición de ella, mantuvieron el vínculo pero hicieron vidas separadas hasta la muerte de Lord Curzon en marzo de 1925.

Algunos meses después de que Curzon falleciera, en agosto de ese mismo año, el heredero de la Corona, Eduardo de Windsor, visitaba el Hurlingham Club entusiasmado con la posibilidad de jugar al polo.

Grace Elvina Hinds y su esposso Lord George Cazon, Marqués de Kedleston, en 1924

El príncipe

Según las crónicas de la época la llegada del Príncipe de Gales convulsionó a la comunidad inglesa de Hurlingham, que para homenajearlo le impuso el nombre de su abuelo, Eduardo VII, a la calle que unía la estación de trenes con el Club -actual avenida Jauretche-, que fue ornamentada a ambos lados en todo su recorrido con rosas blancas y rojas, colores de la bandera de Inglaterra.

El 22 y el 29 de agosto de 1925 Eduardo de Windsor estuvo en Hurlingham y en ambas ocasiones el encargado de recibirlo fue el presidente del Hurlingham Club y de la Asociación Argentina de Polo: el hermano de la Marquesa Curzon de Kedleston, Joseph Albert Monroe Hinds. El hijo de aquel marshall de Alabama que tuvo bajo su custodia al legendario Frank James era ahora un eximio polista, que el día 29 iba a participar, junto a grandes jugadores de la época como Luis Lacey y Jack Nelson, en el informal match organizado para que Eduardo de Windsor se diera el gusto de practicar polo en estas tierras, que no pertenecían formalmente a la Corona aunque sí estaban bajo su dominio económico.

No sabemos en qué fecha se produjo el arribo de Joseph Albert a la Argentina procedente de Decatur, pero sí existe registro de su casamiento en noviembre de 1909 con Mabel Aiken Cowes, oriunda como los Trillia de Lomas de Zamora. Los Cowes figuran entre los más antiguos pobladores del Barrio Inglés de Temperley, similar al de Hurlingham pero de muy distintos orígenes.

No está claro tampoco en qué momento decidió mudarse con su familia a estos pagos, pero sí se sabe que vivió en el Barrio Inglés y que en 1921 formó parte de la Comisión de Fomento de Hurlingham.

La pareja tuvo dos hijas, Leslie y Josephine, y un hijo, John, que murió a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Tenía 23 años cuando falleció, en noviembre de 1939, a solo dos meses de iniciadas las hostilidades. No alcanzó a entrar en combate, se estrelló durante un entrenamiento a bordo de un Blenheim, bombardero ligero de fabricación británica.

John Hinds revistaba como oficial regular de la Royal Air Force (RAF) del Reino Unido desde antes del comienzo de la guerra. La voluntad del viejo marshall de que sus descendientes no juraran lealtad a otro país que no fuera los Estados Unidos de Norteamérica, no había llegado a alcanzar a la segunda generación.

PUBLICADO EN EL CLASICO edición de Mayo 2025

 

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