
Alejandro Franchini recuerda sus vivencias en Hurlingham. Miembro de una familia numerosa, hijo de Ricardo Franchini, uno de los recordados profesores de la escuela Echeverría, que perseguidos por la dictadura debió alejarse de nuestra ciudad y radicarse en Córdoba. Como ocurre con todos los que transitaron su infancia o su juventud en Hurlingham y que debieron alejarse, más allá del tiempo transcurrido, Alejandro nunca dejó de ser de aquí.
por Alejandro E. Franchini*
A principios de la década del ‘60, mi familia, (integrada por mi padre, Ricardo Franchini, mi madre, Emilse Terusi, mi hermano Diego, de 5 años y yo, recién nacido), se radica en Hurlingham, más precisamente en el N° 1118 de la calle Pizzurno, casi esquina O’Higgins.
La casa estaba a medio construir, ya que la construcción había comenzado poco tiempo antes. La radicación en Hurlingham se da a partir de que mi abuelo materno, Romualdo Terusi, había comprado a mediados de los ’50 la casa que estaba ubicada al frente, en la esquina de Pizzurno y O’Higgins, cuyo fondo daba al campo de deportes del colegio Santa Hilda.
En esa casa se realizó la fiesta de casamiento de mis padres, pocos años después mi abuelo se la vende a un conductor de televisión que pronto se haría muy famoso: Nicolás «Pipo» Mancera. Este último viviría poco tiempo allí, ya que el éxito de sus «Sábados Circulares» lo obligaría a vivir en la Capital Federal.
Mis padres adquieren el terreno ubicado al frente de dicha casa e irán construyendo, lenta y esforzadamente, la nuestra. También se radican en Hurlingham mis abuelos paternos, Emilio Franchini y María Álvarez, quienes adquieren una casa en la calle Atuel 426, entre Los Árboles y Hernán Cortés. Mi hermano Diego será de los primeros alumnos de una escuela que se inaugura en 1963: la N° 65 (actual N° 22) «Martín Fierro», ubicada en Ocampo entre Bélgica y Roma. Ése mismo año nace mi hermano Carlos, quien también será alumno de dicha escuela, junto conmigo y mi hermano Alberto, quien nacerá en 1967. Mi padre se recibe de arquitecto en 1964 y se incorpora como profesor de matemáticas a otro colegio recién inaugurado: el Esteban Echeverría, del cual también seríamos estudiantes mi hermano Diego y yo. Por esos años mi madre es contratada como profesora de Castellano en el Colegio Santa Hilda, además de eso ella daba clases particulares en mi casa, preparando alumnos en distintas materias.
Al producirse el golpe de estado de 1966, es nombrado como intendente de Moreno el Vice Comodoro Riviére, quien era vecino nuestro ya que vivía en la calle Gaboto, entre Isabel la Católica y O’Higgins. Había una relación amistosa ya que su hija era alumna de mi madre en el Santa Hilda y su hijo alumno particular. Sin más motivo que ese, Riviére le ofrece el cargo de Secretario de Obras Públicas de dicho municipio a mi padre, quien acepta. Ambos durarían poco tiempo en sus cargos, ya que al año siguiente un caso de corrupción que involucraba al propio Riviére provocó su renuncia, y consecuentemente la de mi padre. Con mi hermano Carlos fuimos al Jardín de Infantes en Palomar, nos llevaba la señora de Marín, en un Auto Unión (DKW) rural. Esos autos funcionaban con una mezcla de nafta y aceite, por eso aún hoy, cuando pasa una moto que funciona con esa mezcla, mi memoria olfativa me traslada a aquellos tiempos iniciales…
Mis primeros amigos de la infancia fueron los compañeros de la primaria, con quienes nos hemos vuelto a encontrar hace unos 10 años gracias a las redes sociales. Voy a nombrar aquí a Roberto Fontanella y Sonia Badaracco, simbolizando en ellos a muchos otros, queridos y entrañables. Los amigos del barrio más cercano fueron Esteban Marx, el menor de los Marx, que vivían en O’Higgins casi esquina Gaboto (su hermano mayor Daniel ha sido importante funcionario del área económica de varios gobiernos) y Ernesto «Tito» Palma, el menor de los Palma que vivían al lado, también sobre O’Higgins (su padre, Horacio Palma, es uno de los 30.000 desaparecidos).

Andábamos en bicicleta, nos gustaba ir a la calle Solís porque los canales de desagüe junto a la vereda eran (creo que siguen siendo) hondonadas de tierra y pasto (casi siempre bien cortado), lo que nos permitía cruzarlos en zigzag con la «bici» muchas veces. Jugábamos al fútbol en la «canchita» que había en el gran potrero de Pizzurno entre O’Higgins y Necochea, además de «pelotear» en la calle y la vereda, frente al campo del Santa Hilda.
En 1968 se produce un hecho que tendrá mucha trascendencia en nuestras vidas. Los hermanos Enrique y Pepe Casares, el primero vecino de Hurlingham, marido de Nieves Pazos, profesora de Contabilidad del Echeverría, le proponen a mi padre ir a Córdoba con la intención de instalar un camping. Consiguen un amplio terreno a orillas del río Anisacate, en la localidad de La Serranita, cerca de Alta Gracia. Durante ese año se hacen las construcciones básicas y se inaugura el camping en la temporada 68/69, con el nombre de «El Diquecito». El lugar era paradisíaco y nos encantó, tanto que, al año siguiente, al irse los Casares por distintos motivos, mi padre decide continuar, sumando a unos familiares a la sociedad. A partir de ese año, todos los veranos viajaríamos desde Hurlingham a La Serranita, para trabajar en la temporada y disfrutar del lugar.
Comenzando los convulsionados ’70, el «espíritu de época» entra en nuestra casa. Mi padre ingresa como profesor a la Facultad de Arquitectura de la UBA (luego se incorporaría también a la de La Plata). Ahí conoce a militantes del Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN), conducido por el historiador Jorge Abelardo Ramos. Tanto mi madre (ella había sido desde joven muy admiradora del Che Guevara) como mi viejo se entusiasman con esa ideología de izquierda cercana al peronismo, y se convierten en militantes. Participan activamente en la formación del FIP (Frente de Izquierda popular), tanto que ambos serán candidatos a diputados en las elecciones de marzo de 1973. Recuerdo que, con 11 años recién cumplidos, yo participaba en la realización de pintadas que decían «FRANCHINI DIPUTADO», sobre avenida Vergara entre Necochea y O’Higgins, y en Necochea y las vías del ferrocarril, muy cerca del Echeverría.
En el ‘72 nace nuestro quinto hermano varón, que en homenaje al mencionado dirigente político llevará por segundo nombre Abelardo. Mi hermano mayor Diego, siendo estudiante del Echeverría, milita por esos años en la TERS (Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista), vinculada a Política Obrera (hoy Partido Obrero). Por esa época, debido a las serias irregularidades que se observaban en la instalación de la red de gas natural, se forma una Comisión Vecinal Revisora, en la cual también participan activamente mis padres. Simultáneamente mi madre sería catequista, coincidiendo con el tiempo en que mi hermano Carlos y yo haríamos la comunión y confirmación, en la parroquia de Parque Quirno. Esto la acercaría a los Sacerdotes del Tercer Mundo, movimiento al que pertenecía el párroco, de nombre Juan Carlos. Algunas de las reuniones de estos grupos se realizaban en mi casa, lo cual sumado a los alumnos particulares de mi mamá, la convertían por momentos en un hervidero de gente.
A fines del ‘73 nace nuestra primera hermana mujer, Lucía. El álgido momento político que se vive en el país (¡Perón presidente!) incrementa la intensidad de la militancia política de mis padres. Yo termino la primaria en el ‘74 e ingreso al secundario en el Echeverría en el ’75. Tuve como profesores a Rafael Aragó, a Clelia Sánchez Zeballos, al «Gordo» Oscar Gutiérrez (cariñosamente claro, una de las influencias que tuve para elegir como carrera el Profesorado en Historia) y muchos otros, excelentes docentes todos. Recuerdo entre mis compañeros a Daniel Zeljkovich, a Fernando «Pili» Ferreyra, al «Negro» Juan Carlos Mansilla, a Marcelo Rota, a los primos Oyarzábal (María Fernanda y José Luis), a Liliana León, y a un flaquito muy canchero llamado Rody Rodríguez…
Se produce el golpe del ’76 y empieza la larga noche de la dictadura. A fines de ese año nace nuestra hermana menor, Marina. Por su actividad política, mi padre será cesanteado tanto de sus cargos en las universidades de Buenos Aires y de la Plata como de sus horas cátedra en el Echeverría, que eran los principales ingresos de la familia. Se comienza a evaluar la posibilidad de «exiliarnos internamente» contando con la propiedad del camping, lo que finalmente se concreta a principios del ’77. Ahí termina, no sin dolor, nuestra historia en Hurlingham, y comienza otra vida en las sierras de Córdoba…
«Alejandro Emilio Franchini (1962). Oriundo de Hurlingham, alumno de la Escuela Esteban Echeverría, culminó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Alta Gracia (Córdoba). Egresado de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de esa provincia con el título de Profesor en Historia. Autor del libro: Historia de Córdoba (1880-1943)
Publicado en EL CLASICO edición de mayo 2025