Murales de la CIDEC: desaparición de la memoria

 Por Julieta Oliva.

En pleno corazón de Villa Tesei, algo más que pintura fue borrado. Hasta hace pocos días, la fachada de la exfábrica CIDEC de Hurlingham era un mural vivo: un tributo colectivo donde el arte popular, la memoria obrera y los nombres de vecinos desaparecidos se abrazaban en silencio frente a quienes pasaban.

Pero ese muro ya no está. Sin aviso, fue cubierto por una intervención institucional del municipio: colores brillantes, un arcoíris sin contexto, un mensaje genérico que ya no dice nada. Ahí donde antes se leía el nombre de quienes faltan, ahora hay una superficie limpia, ajena, sin historia.

La vieja fábrica, nacida en 1940, fue durante décadas símbolo del trabajo en el oeste del conurbano. A pesar de su quiebra en 2006, sus trabajadores no bajaron los brazos. Ocuparon el predio, lo defendieron con esfuerzo y con el apoyo del barrio. Lo que siguió fue un proceso colectivo de recuperación, lucha y dignidad. Y también de memoria.

En 2018, el mural de la exfábrica CIDEC fue diseñado y realizado por el artista Darío Brabo junto al colectivo muralista Kebondi, a pedido de la Secretaría de Infraestructura Urbana de Hurlingham. La iniciativa buscaba recuperar, a través del arte, la memoria obrera y política del predio recuperado, una historia de lucha que merecía ser contada en las paredes mismas que la sostuvieron. La pintura fue producto de varias jornadas de trabajo colectivo, con participación de vecinos, exobreros y familiares de desaparecidos.

En la ochava de Vergara y Trinidad se representó a los obreros en pie frente al portón de la explanta, simbolizando la organización y la fuerza del trabajo cooperativo que logró mantener viva la CIDEC tras su cierre en 2006. Sobre la avenida Gobernador Vergara, la fachada se dividía en tres tramos. El primero, dedicado a las mujeres trabajadoras, visibilizaba su rol dentro del entramado fabril y sindical.

El segundo retrataba a un obrero desaparecido durante la última dictadura, con nombre y rostro visible. Y el tercero, quizás el más conmovedor, reproducía una lista de vecinos desaparecidos de Hurlingham provista por la Dirección de Derechos Humanos local, escrita con letras blancas sobre fondo rojo.

Hoy, esa memoria fue borrada. Como si lo que alguna vez se quiso recordar ya no importara. Como si nombrar a quienes faltan fuera incómodo. El gesto, más que una decisión estética, fue una señal: en tiempos inciertos, también los símbolos pueden desaparecer.

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