Por Eduardo Diana.
El mismo día que Alfonsín lanzó el plan Austral, Sumo tocaba por última vez en Hurlingham. La banda presentaba «Divididos por la felicidad» en un local sobre Jauretche. Razzia y detenidos. Crónica de una noche extraña.
Habían pasado apenas dos meses y medio del primer disco oficial de Sumo, «Divididos por la felicidad», y la banda presentaba ese material en vivo en Hurlingham. El recital se hizo en un local bastante chico, ubicado en un sótano en la esquina de Jauretche y Remedios de Escalada, a metros de la barrera del ferrocarril San Martín. Era una disco y se llamaba Pack Man, pero casi todos en Hurlingham la conocían como El Sótano. En ese mismo espacio luego funcionaron una oficina del Correo Argentino y una verdulería, entre otros comercios.
Había mucha expectativa por el show de la banda liderada por Luca Prodan y la gente se agolpó desde temprano en la puerta del local. Iba a ser una noche muy especial, y no solo por la presentación del disco. También ocurrieron una serie de acontecimientos de diversa índole que, con el paso del tiempo, se convertirían en curiosos hitos en la historia de la banda.
La presentación del primer disco de Sumo, que en verdad estaba precedido por la producción independiente de 200 copias del mítico «Corpiños en la madrugada», iba a convertirse por esos secretos laberintos del destino en el último show de la banda en Hurlingham.
No sólo eso: ese día, viernes14 de junio de 1985, hace 40 años, el por entonces ministro de Economía alfonsinista Juan Vital Sourrouille lanzaba el Plan Austral. La medida apuntaba a dar batalla a una conocida enemiga del país: la inflación. El Peso dejaba de existir y el Austral era la nueva moneda argentina. Final sin sorpresas: el plan para batir a la inflación fracasó.
Minutos antes del recital, Luca estaba en una pequeña sala que funcionaba como improvisado camarín de los músicos. El rayo romano caído en tierras conurbanas se había puesto un tampón en la cabeza e imitaba a los gritos al ministro Sourrouille. «¡¡El Austral, el Austral!!», exclamaba y enarbolaba las manos.
El local era chico para la gran cantidad de gente que en Hurlingham seguía a Sumo. Tenía el escenario sobre el lado que daba a la calle Jauretche y, en el extremo opuesto, a no muchos metros, la barra. El lugar esa noche desbordaba de fans.
Cada vez que Sumo tocaba en Hurlingham, aunque no coincidiera con el calendario, el barrio se convertía en un carnaval, y en esa ocasión se sumaba la expectativa de escuchar en vivo las gemas incluidas en «Divididos por la Felicidad», un disco rupturista que introducía la energía del post punk y el ritmo zumbón del reggae en el medio local, y que era a la vez -ya desde el nombre de la placa- un homenaje, en clave de acertijo, a Joy Division y a su líder Ian Curtis.
Sumo arrancó ese show -como siempre- con un sonido demoledor, electrizante, directo al plexo solar. Nada parecido se había escuchado antes de Sumo por estas pampas. Pero cuando empezó el segundo tema, bajo la luz tenue del boliche, unas figuras amenazantes entraron a recorrer el local. El jefe de esos tipejos de uniforme azul y gorra se acercó a la barra y ordenó que se prendieran las luces y que la banda dejara de tocar.
Hubo unos minutos de incertidumbre y bronca, tanto entre los músicos como en el público. Pettinato, como conociendo el final de la historia, con mameluco naranja y su larga barba que termina-ba en dos puntas, se sentó en un costado del escenario a leer un libro alumbrándose con una linterna del tamaño de un lápiz.
Tras unos minutos de discusión entre los policías y los dueños del lugar, no hubo acuerdo. Habían llegado para prohibir un show y, como «la duda es la jactancia de los intelectuales», lo prohibieron. «Acá se terminó todo», se le escuchó decir en tono abusivo a un uniformado.
Las luces se prendieron a pleno y los agentes empezaron a pedir documentos y a escrudiñar caras. Final precoz e inesperado del recital. Todos a la calle y algunos arriba de un colectivo con destino -sin escalas- a la comisaría.
Con la prepotencia policial de por medio, ese show en El Sótano de Hurlingham fue el más corto de la historia de Sumo: duró un tema y medio.
Lanzamiento del Plan Austral, razzia en plena democracia, recital de un tema y medio y, a la vez, el último show de Sumo en Hurlingham. Noche extraña.
Corría el año 1985 y la banda liderada por Luca soplaba como un huracán en la geografía del rock argentino, que miraba sin entender demasiado qué eran esos nuevos vientos que arrasaban con todo a su paso.