Los 11 de setiembre se celebra en la Argentina el Día del Maestro en conmemoración al fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento en 1888.
En el siglo XX hubo otro maestro que como Sarmiento era pelado, severo y dedicó su vida a fundar escuelas, fue Nicolás Levaggi, gran protagonista de la historia de Hurlingham, creó 48 establecimientos educativos en todo el país a lo largo de sus 50 años dedicados a la docencia. En 1958 su labor permitió que se terminara la construcción del la ex escuela 33 (actual N° 5) en Santa Clara, que comenzó a funcionar en 1959. Un años después fundó la escuela que llevó el N° 62 (actual N°16), en la calle Palermo entre Cuzco y Amberes, en Villa Tesei, a la que bautizaron con el nombre de Almafuerte. Fue el punto de partida de una tarea incansable. En Hurlingham fue el que posibilitó la creación de las primeras escuelas secundarias: La escuela de Enseñanza Media Esteban Echeverría y la Escuela Técnica República del Perú. También fundó la primera escuela de educación especial, la N° 501 en Jorge Newbery.
Atraído por ese «desconocido» que en los últimos quince años había creado diecinueve escuelas, el periodista Agustín Bottinelli con el fotógrafo Rodolfo Solari llegaron hasta Hurlingham para hacer una entrevista a Nicolás Levaggi, que salió publicada en la Revista GENTE, en la edición 515 del 5 de junio de 1975 y que hoy reproducimos a modo de homenaje por el Día del Maestro.
Nicolás Levaggi nació en Villa Crespo, el 17 de junio de 1920, hijo de un genovés, Juan, y de una holandesa, Guillermina Ferwerda. Se radicó en Hurlingham a mediados de los años ’50 con su esposa Susana Beatriz Crivelli. Se jubiló como docente en 1975, meses antes del reportaje que le hiciera GENTE. Falleció el 14 de marzo del 2005 a los 85 años. Su labor fue reconocida por medio de innumerables homenajes y distinciones.

NOTA DE LA REVISTA GENTE. EDICIÓN 515 del 6 DE JUNIO DE 1975
Los argentinos vamos y venimos, nos cruzamos diariamente en cualquier calle sin mirarnos a la cara, sin saber quiénes somos y qué hacemos.
Y uno, sin saberlo, quizá tome un café al lado de un profesor universitario o se para en la misma vidriera que un cirujano, o viaje en colectivo o en tren junto a un sabio, o un inventor, o una de esas personas que trabajan para la sociedad, que hacen cosas positivas.
Uno de esos hombres a los que Raupach definió: «Cuando un hombre tiene valor para hacer una cosa, encuentra los medios para realizarla». Por eso esta nota a este «desconocido» Nicolás Levaggi. Un argentino más de los que nos cruzamos todos los días.
Un maestro que en los últimos quince años ha creado diecinueve escuelas. Es decir, que más de cinco mil chicos hoy tienen dónde aprender gracias a él. Pero no vaya a creer que es un magnate ni que tiene, como se dice en estos casos, «toda la plata del mundo». No, ahora gana alrededor de 500.000 pesos viejos por mes y tiene que mantener a su familia: mujer y dos hijos que van a la escuela.
Y cabe preguntarse: ¿Cómo hizo entonces para construir 19 escuelas? Este interrogante tiene una respuesta: para Nicolás Levaggi la enseñanza es su vida misma, su única pasión. «Cada escuela que veo que comienza a funcionar -dice-, es como si me diera una potente inyección de fuerza de voluntad. Inmediatamente, ya estoy pensando en la próxima».
Hurlingham, a dos cuadras de la estación. Un chalet típico con jardín a un costado, con flores, plantas y la infaltable parrilla para el «asadito de los domingos». Allí, dentro de la casa, un living sobrio con un hogar, una biblioteca y un escritorio. Detrás del escritorio hay un señor más bien bajo, con cara de serio, que se levanta y viene hacia mí con un gesto que ensaya una sonrisa. -Mucho gusto, soy Nicolás Levaggi.
Lo de siempre. Le explico que venimos a hacerle una nota y, entonces, abre los ojos grandes, pone cara de no entender muy bien la cosa, y me dice:
-Perdón, usted dijo una nota mi… ¿Y por qué?
-Porque usted, entre otras cosas, construyó diecinueve escuelas.
-Sí, pero no soy ningún personaje, ni actor, ni nada de eso. Yo soy solamente un maestro.
La conversación se alarga un poco hasta que finalmente logro convencerlo y comenzamos nuestra recorrida por algunas de las escuelas que él construyó.
-Cuénteme un poco de sus primeros años como maestro.
-Me recibí en la Escuela Normal de San Martin, allá por 1940. Mientras cursaba los dos últimos años instalé en mi casa una academia para niños atrasados en escuelas primarias. Así hacia unos pesitos para ayudar a mis padres. Vea, mi madre sacrificó muchos años de su vida para lograr que seis de sus hijos fuéramos docentes. También con esos pesos logré comprarme un terrenito por el que pagaba catorce pesos por mes.
-¿Cuál fue su primer trabajo como maestro?
-En el ’43; ganaba entonces 160 pesos y era preceptor del Liceo Militar. Allí fui, durante cuatro años, el nexo entre los chicos que todavía estaban acostumbrados a sus casas y la vida militarizada que iban a comenzar. Tengo ex alumnos que hoy son grandes amigos. En el ’46 comencé a ejercer como maestro de grado en el orden nacional, y allí el destino me jugó una buena pasada, ya que me destinaron a la escuela «Antonio Devoto», donde yo había cursado mi ciclo primario. Entonces fui colega de mi ex maestro Juan Delucchi, de quien guardo un gran cariño.
-¿Cuándo nace en usted esa hermosa manía de crear escuelas?
-Cuando estuve en la Penitenciaría Nacional como maestro. Fue a partir de 1947 y me quedé hasta el ’69, Allí nació mi afán de brindarme, de dar y hacer cosas, de olvidarme para siempre del «no te metás», tan común entre nosotros y que tanto daño produce en el progreso del país, Ahí me di cuenta, siendo maestro de internos analfabetos, que debía ponerme a pensar en serio en rescatar para la sociedad a todos aquellos que fueran recuperables, Así fue que en 1960 me tocó poner en funcionamiento la Escuela Especial de Adultos en la Unidad N 3, de Villa Devoto. La última escuela que puse en marcha para los Institutos Penales fue el Centro de Estudios de la Colonia Penal de Ezeiza, N° 19, que se llama Malvinas Argentinas, en el ’69. Luego de esto me retiré con el cargo de subalcaide.
-La mayoría de las escuelas que usted creó se ubican dentro de Hurlingham, su barrio. ¿Por qué?
-Porque pienso siempre en la comunidad, porque conozco las necesidades de esta zona y porque encontré el apoyo de los vecinos de los distintos barrios de Hurlingham.
-¿Cuál es el «sistema» por el cual usted logra construir una es cuela?
-Cuando tengo conocimiento de que en una zona hace falta una escuela voy a ver si hay algún terreno que pueda conseguirse y que sea apropiado. Hablo con su dueño y luego voy a pelear hasta que logro que el gobierno lo compre. A partir de allí hablo con los vecinos y les creo la conciencia de que deben trabajar, ayudarme. Después compro los materiales (para eso en varias oportunidades tuve que hipotecar mi casa) y comienzo a construir la escuela. Mientras tanto voy haciendo los trámites normales y registro todo lo que haga falta. Claro que después se me reintegra todo el dinero que pongo o casi todo. Lo que yo hago es evitar las demoras, es decir, empezar a trabajar antes de tener que esperar el trámite legal. Es la única forma de apurar todo. Además, siempre he encontrado buena voluntad en todas las áreas oficiales y privadas. Mi mayor virtud es ser un peleador a muerte. Yo voy a una fábrica y le ofrezco el padrinazgo de una escuela y le pido que me regale las ventanas y las puertas, o los vidrios, o algo que me haga falta. Siempre consigo cosas de esta manera.
-¿Cuándo creó la primera escuela?
-En 1958 y 1959 terminé y puse en marcha la Escuela N 33, del distrito de Morón.

De pronto Levaggi se ha convertido en «una máquina de hablar», en un fanático por todo lo que hace. Me dice nombres y nombres, me habla de anécdotas y a cada rato me pide que no me olvide de aclarar que siempre tuvo gente a su lado que trabajó tanto o más que él.
Sin embargo, las maestras de algunas escuelas no hacen más que repetir: «Él solo hizo posible todo esto…» Pero yo le prometí y entonces digo que muchos lo ayudaron, que recibió el apoyo y la colaboración de mucha gente.
En un momento de nuestra recorrida pasamos frente a un gran terreno pegado a las vías del ferrocarril: «Pare» dice Levaggi, y se baja del auto a la vez que hace una seña para que lo siga. Frente al terreno me dice:
-Aquí voy a hacer, si Dios quiere, mi próxima escuela, que será para chicos disminuidos. Aquí van a tener un parque y mucho lugar para jugar, y allá…
Y sin cerrar los ojos (que es como soñar despierto), don Nicolás Levaggiva edificando aulas y patios, ubica el mástil y la campana, y arma y desarma detalles. Allí sólo hay un baldío, pero para él ya hay una escuela llena de chicos jugando y aprendiendo.
-¿Cuánto tiempo le lleva construir una escuela?
-Depende. Una cosa es si hay que edificarla y otra si nos prestan la casa. Pero aun edificando todo, en algunas no pusimos más de seis o siete meses.
-¿De qué vive ahora, Levaggi?
-De mi jubilación y algo que gano como asesor en una empresa en la parte humanística. Ahora, por ejemplo, logré que la empresa do-nara mil litros semanales de leche, que se reparten entre 60 escuelas. Y así voy tirando. Lo que me salvó fue que hice mi casa de soltero, y eso ahora no lo podría haber hecho.
-¿En qué pasa sus ratos libres?
-No se vaya a reír, pero mi hobby es planificar escuelas. Recorro lugares, hablo con la gente… Me gusta, y mucho.
-¿Cómo fue usted como maestro?
-Severo, pero dialogando siempre con mis alumnos. Para mí el punto en la «jota» era un error, y sigue siendo un error. Pero también oía los problemas de mis alumnos y trataba de ayudarlos.
-¿Usted fue maestro de las escuelas que creó?
-No. En algunos casos fui director por seis meses, pero luego me retiraba. Pero siempre trabajé dentro y fuera de las escuelas.
Por ejemplo, en una de las últimas escuelas que hice un día llegó la portera con un chiquito en brazos. La criatura estaba bastante desnutrida y me llamó la atención, ya que yo recorro el barrio y es muy raro que me quede un caso así sin resolver. Le pregunté dónde vivía y averiguamos que estaba en una tapera junto a su madre viuda y cinco hermanos. Me hice cargo de la situación, averigüé que la chica tenía un pretendiente y logré casarlos y darle a él un trabajo decente.
Mientras tanto ubiqué a cuatro de los chicos en una escuela donde les dábamos de comer y alguna ropa.
-¿Le queda tiempo para atender a su familia?
-Sí, y este tiempo es fundamental. Mi mujer y mis hijos comprenden y saben que mi trabajo tiene para mí mucha importancia. Pero yo sé también que ellos necesitan de mí, y siempre hablo ó dialogo con mis hijos.
-¿Qué es lo que más le molesta del mundo de hoy?
-La falta de sensibilidad y la miseria. Por eso mi mayor ambición es que no quede un solo chico en la calle en manos de ese clima que puede volverlo un ser negativo. Creo que ahí está lo que más quiero de todo lo que hago, y es el poder rescatar de la calle a muchos chicos. Mi gran meta es fundar un centro de la minoridad y empezar a trabajar en eso a fondo.
-Hay una escuela que lleva el nombre de su madre.
-Sí, es el Jardín de Infantes 19, que lo pusimos en marcha el último 19 de marzo y que se llama «Guillermina Ferwerda de Levaggi». Le puse este nombre por todo lo que mi madre hizo por sus hijos para que fueran maestros
Hay mucho más para hablar con don Nicolás. Muchas cosas que le han sucedido durante toda su vida creando escuelas. Pero es casi mejor no decir más nada, porque él lo hubiera preferido así, sin tanto «bombo».
Porque Levaggi es uno de esos argentinos que se cruzan con nosotros por la calle, pero que de hoy en más miraremos, sabremos quién es; porque él prefiere trabajar y no hacerse famoso. Por todo esto es que esta nota lleva un título de una sola palabra «Maestro». La mejor, sin dudas para definir a Nicolás Levaggi.