José María Tito Gómez se mete en el debate sobre el gentilicio de los habitantes o nacidos en Hurlingham, que había planteado en una columna de opinión el periodista Gustavo Mayares, y lo enriquece diciendo que tal vez la pregunta no sea como nos llamamos, sino quienes somos.
En una nota de opinión, mi admirado Gustavo Mayares (héroe de la cultura local) se pregunta sobre el gentilicio de los que nacimos o vivimos en Hurlingham, con justificadas dudas. Un sitio bautizado en lengua foránea siempre genera rispidez con el habla local.
Yo ya había investigado la etimología de Hurlingham y pensaba responderle con precarias erudiciones acerca de la lengua anglosajona o gaélica, sufijos comunes en la toponimia inglesa y otras intuiciones. Las cuestiones con las culturas nórdicas en el ámbito rioplatense me remiten al peligroso cipayismo borgiano y a quienes colorean sus raíces con tinturas rubias. Decidí no abrumar a nadie con datos no muy necesarios, cuando la pregunta capaz no sea cómo nos llamamos, sino quiénes somos.
POSTDATA
Pero mientras caminaba por los senderos (que fingen ser veredas) de la calle Poeta Risso, cruzando el arroyo de Soto y flanqueando la capilla Santa Leonor, me habló el fantasma de la vieja que está enterrada ahí y me dijo: «No, Tito, no te preocupés tanto por una hache o una u, simplemente levantá la vista y mirá ese horizonte, que no lo vas a encontrar en ningún lugar del Conurbano. Fijate que vivir en este sitio donde, vayas donde vayas, te vas a encontrar siempre con una cara conocida, no tiene equivalencia con el ABL. Y respirá, que hay algo en el aire que no hay en otros lados. «Tenía razón la vieja: uno, acostumbrado a agachar la cabeza para no tropezar con nuestras ruinosas veredas o evitar pisar soretes, o simplemente acostumbrado a agachar la cabeza, no aprecia nuestros trescientos sesenta grados de cielo.
Y ahí estaba la antena de Radio Belgrano, referencia tranquilizadora para cuando te perdés y sabés que está por ahí donde se pone el sol. Hablando de eso, ¿viste ponerse el sol alguna vez en la calle Cuzco, en el barrio El Destino? Te juro que esos ocasos deberían ser designados Patrimonio Municipal.
Cerquita nomás están esas viejas casonas semiabandonadas de Pedro Díaz, que saben de otoños y ocasos, de fiestas y velorios, de casamientos y lutos de gente que ha desaparecido en el olvido.
Qué decir del alegre caos de la Zeta, repleto de coches que no saben para dónde demonios doblar, la estación de servicio abandonada hace décadas, la ominosa presencia en la lejanía de la sub-estación de Segba y el vergonzante recuerdo del cura violador.
(Internarse en esos callejones sin veredas de los que abundan por El Peladero, calles angostas de una vereda sola, resabios de un catastro lejano y lábil, una experiencia fabulosa para los que saben ver)
Y hay algo en el aire, es cierto. Debe ser algo que trajeron las bruxas portuguesas, las meigas gallegas y las witches inglesas.
(Cruzarse con un conocido una madrugada, en una esquina y en un momento en el que por el orden natural de las cosas ninguno de los dos debería estar allí, o refugiarse de la lluvia en un techito y encontrarse por tercera tormenta consecutiva con que comparte el amparo precario con la misma persona)
Debe ser el ambiente pueblerino, tan amado por los viejos, como odiado por los pibes que huyen a Palermo o los martilleros que sueñan con torres de 20 pisos.
(Ver al vecino en problemas con una goma pinchada o cualquier ordalía de la vida urbana y ni siquiera preguntarle si necesita una mano, sino directamente ir y ponerse a ayudar)
Por otro lado, es difícil encontrar un vecino que no haya compartido una ginebra con Luca, una anécdota con Sokol, casi tantos como testigos del gol de Grillo a los ingleses. (Referencia futbolera antiquísima. Pregunten al abuelo)
Nuestros modismos son tan infinitos como el horizonte y merecen un libro al estilo del de Gallardou. Me viene a la cabeza la polémica Cinco Esquinas: siempre algún amante de la geometría y contador de boludeces te va a decir: SON SEIS ESQUINAS, LAS CONTÉ. Al cuete recordar que en realidad las Cinco Esquinas originales eran las de Vergara, Bolívar y Mustoni (Ricchieri probablemente moría un cachito desviada, sobre Vergara) y capaz se encadene con otra referencia del viejo bardo Borges, que alguna vez citó una milonga palermitana del 1900:
Parado en las Cinco Esquinas
con toda mi contingencia
por ver si te rompo el culo
ando haciendo diligencias
Cuando el comercio local migró a Eduar… Jauretche y Vergara, se llevó consigo el nombre del barrio, para confusión de turistas y entusiastas de la matemática.
Hay otras esquinas con apelativos cuyo origen se perdió junto con los vecinos viejos: El Puma, Los Patitos o la Puñalada.
Abruma al extranjero la persistencia de llamar «Kilómetro» a una estación cuyo nombre cambió en 1964, quizás porque los vecinos ya estaban podridos de los continuos cambios de nombre y ubicación de la parada del Trencito.
Decir «voy a Hurlingham», aunque estés en cualquier sitio del distrito para avisar que vas cerca de la estación del San Martín, o «voy al centro» si vas a cualquier lugar de la Capital Federal. (Queda para otra vez nuestra diferenciación entre el Trencito Urquiza y el Tren San Martín.)
Más localismos: el «Hospitalito», en lugar de Hospital Municipal San Bernardino de Siena, o «Jumbo» por el fronterizo Plaza Oeste. La Plaza de Hurlingham será siempre llamada así, por más que las viudas inglesas murmuren «se llama Ravenscroft!», lo mismo que la plaza del Barrio Luna o el Barrio El Destino, por más que los grises funcionarios les pongan nombres de falsos próceres ante la total indiferencia de los vecinos.
La denominación de los comercios privados también tiene cierta crudeza: La Rotonda, El Galpón, El Bar, La Cortada. Quizá acá si haya herencia inglesa, tan afecta a llamar a las cosas por monosílabos: war, sword, love, death.
La cultura de un pueblo es siempre dinámica, no hay un «ser» ni un «somos», existe un «estamos siendo», es como un 237 que va levantando y dejando personas a lo largo de Bustamante y va cambiando su composición. No sé si nos llamamos hurlinghenses o hurlinguenses o hurlinghamians. Lo que sí sé es que el fantasma de La Leonor tiene razón y hay algo en el aire de acá.
Ver nota de Gustavo Mayares:
https://www.hurlinghamaldia.com/un-gentilicio-en-debate-hurlinguense-o-hurlinghense/?swcfpc=1